miércoles, 16 de mayo de 2007

La belleza oculta

La magia, porque no se podía describir de otra forma, le había llevado allí, a ese espacio oscuro, donde no había ninguna forma, ningún color, negro, tanto, que se podía morder. ¿El ambiente?, el más húmedo que jamas había notado, penetraba y le llegaba hasta los huesos, tan espeso que le parecía que estuviese en un pequeño habitáculo, pero con la sensación de un ser diminuto en un gran salón. ¿El silencio?, sepulcral, tan sólo mitigado por las gotas que caían del techo al suelo o a un charco, o quizá, a un pequeño lago. Se volvía loco.

Sentía miedo, permanecer en un sitio de esas características hacía temblar a las rodillas y obligaban a sus piernas a permanecer inmóviles. No conocer que hay a tu espalda, ni los metros que te separan de las paredes, escuchar en un gran silencio pequeñas gotas de agua caer, por todas partes, desorienta, y así estaba, acurrucado, sentado sobre sus piernas y abrazando sus rodillas, como un niño que pierde a su madre, sin saber que hacer, le dolían los párpados de tenerlos tan abiertos como podía, para conseguir algo de luz que le ayudase a ver en esa oscuridad.

Hasta que la magia volvió de nuevo, poco a poco una luz apareció delante suya y fué alumbrando la cavidad, que ahora ya iba adivinando cual era su profundidad, su altura, su magnitud. Cuando sus ojos se acostumbraron a esa luz, tan intensa para sus ojos cansados, pudo contemplar la belleza de donde estaba. Ante el, una gran bóveda, excavada por la misma naturaleza y diseñada a su gusto, el techo lleno de estalactitas y el suelo con sus correspondientes estalagmitas adornaban toda la cueva, estas formas de todos los tamaños y formas, que en algunos casos le recordaban a otros objetos o seres, resplandecían de un blanco inmaculado que volvía a la luz más intensa.


Sabía que era la primera persona en ver aquello, el miedo se le pasó, se levantó y recorrió la cueva contemplando aquella maravilla que estaba ante el. Deseaba tocar aquellas formas, pero algo se lo impedía, cada paso era minuciosamente comprobado para no romper lo que la naturaleza había tardado tanto en crear. Volvió a la parte más bella, donde las estalagmitas excéntricas hacían jugosas formas sin tener en cuenta teorías gravitacionales, giró sobre si mismo mientras reía y lloraba de la felicidad que le embargaba en aquel momento.

Cerró los ojos, aún sin poderlo creer y sonó la dulce voz de su madre levantándole para ir al colegio.

Abrió los ojos, sentía tanta pena de haber perdido esa cueva, se incorporó y se sento en la cama, su madre le escrutaba con su mirada buscando el porqué de esa tristeza que le rodeaba. Levantó la cabeza le miró y le dijo:

- Mamá, quiero ser espeleólogo.




Se lo dedico a la cueva del Soplao, en Cantabria. Un lugar digno de ver.

Imágenes de la página oficial de la cueva
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